miércoles, 19 de febrero de 2020

Vencidos de León Felipe.


«Vencidos»

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar…
León Felipe
De: «Versos y oraciones del caminante» – V – 1920-1930
Recogido en León Felipe – Poesías Completas
Colección Visor de Poesía – 2010©
ISBN: 978-84-98-95-766-2

Después de la lectura del poema, di cuál es el tema y di  por qué crees que el poeta quiere partir acompañando a Don Quijote. 








lunes, 15 de agosto de 2016

Antología didáctica de las crónicas de Indias

El canon de la literatura española que hoy aparece institucionalizado desde los planes de estudios a los libros de textos es una herencia del último tercio del siglo pasado, cuando se inventó aquello de la EGB, con sus fichas de deberes, y el BUP («Bachillerato Unifiado Polivalente») sustituyó al viejo bachillerato. Como cualquier otro canon, este viene de una selección más o menos discutible, aunque es cierto que las obras que lo constituyen merecen estar ahí y, con el paso de los cursos y las generaciones, han vencido esa barrera tan alta que separa lo académico de lo popular, de modo que cualquier adolescente que ha pasado por las aulas con algo de aprovechamiento conoce, si no de leídas, al menos de oídas el Poema de Mío Cid, el Libro de Buen Amor, el Conde Lucanor, La Celestina, el Lazarillo, el Quijote y no mucho más. Eso es un mérito, desde luego. El problema es que desde primaria son los mismos autores y las mismas obras las que se estudian, de acuerdo a ciclos cronológicos que abarcan dos cursos académicos. Es como si la literatura conformara un coto pequeño y restringido, y todos los alumnos tuvieran la necesidad imperiosa de conocerlo. Pero resulta que la literatura es mucho más que la historia de la literatura, y a su conocimiento y disfrute se llega mucho mejor a través de la diversidad de textos que a través de una insistencia en lo mismo, año tras año, curso tras curso, que a menudo desemboca en el hastío, cuando no en el fastidio. Por eso, la propuesta que presento aquí, como todas las de esta colección de «Antologías didácticas», no es solo una novedad editorial, sino un intento serio de ampliar el canon, proporcionando un material interesantísimo que aprovecha las múltiples relaciones de los textos con otras ramas del saber, como la historia, la geografía, la antropología, la botánica y hasta la fiosofía, para conseguir una visión de la literatura más integrada en la sociedad y en eso que llamamos de un modo general «cultura».
Resulta difícil de comprender cómo entre los mimbres ideológicos y estéticos con que se trenzó la criba que seleccionó ese cogollo de la literatura que es el canon no quedó atrapado para siempre lo mejor de las crónicas, un tesoro tan abundante y valioso como poco conocido. Sus páginas magnífias nos permiten conocer la historia narrada en directo por soldados y frailes que fueron con frecuencia al mismo tiempo testigos y protagonistas de
unos hechos cuya trascendencia apenas llegaron a vislumbrar. Hace casi quinientos años lo que muchos de ellos escribieron resultaba innovador, incómodo y comprometido. Algunas de sus obras tardaron mucho tiempo en publicarse, y otras se prohibió que salieran al extranjero. Los conflictos que allí latían entre los intereses del estado y la ética, o entre los primeros y la divulgación de nuevos descubrimientos (con la rentabilidad económica que de estos se pudiera derivar) convertían las crónicas en textos a veces peligrosos. Hoy en día, sin embargo, el único obstáculo que se opone al conocimiento y disfrute de esa literatura son unos hábitos heredados en las escuelas que habría que empezar a cambiar. Esta antología es mi humilde aportación.
Mª. Carmen Villanueva
Presentación del libro el día 13 de agosto  en Caudiel (Castellón)

domingo, 5 de junio de 2016

El Quijote, los romances y el rap


Al parecer, Cervantes conoció y pudo haberse inspirado en un entremés para la creación del que sería el protagonista de su genial novela. Sea cierto o no, esto no quita ni pone ningún mérito en su obra. Ya hemos hablado en clase de lo diferente que resultaba en el Renacimiento el concepto de "originalidad". Con todo, creo conveniente que leáis ese romance para comentar después en clase vuestra impresiones.
Aquí lo tenéis:entremés de los romances
Mirad este vídeo. En este caso tenemos una creación popular a partir de la novela, es decir, justo lo contrario que ocurriría con el romance, que sería el punto de partida.

Os propongo unas cuestiones:

¿En qué capítulos se basa?
¿Cómo piensas que el cantante consigue ese ritmo tan pegadizo?
¿Qué importancia tiene ahí la métrica?

Seguimos con los romances. En este que os copio a continuación podréis apreciar cuál es la idea mayorita que tenían los primeros lectores del Quijote. Leedlo y lo comentamos en clase.


Testamento de Don Quijote

 

                 Romance

                      [Fragmento]


De un molimiento de güesos,
a duros palos y piedras,
Don Quijote de la Mancha
yace doliente y sin fuerzas.
Tendido sobre un pavés,
cubierto con su rodela,
sacando como tortuga 
de entre conchas la cabeza;
con voz roída y chillando,
viendo el escribano cerca,
ansí, por falta de dientes,
habló con él entre muelas:
Escribid, buen caballero,
[...] el testamento que fago
por voluntad postrimera.
Y en lo de "su entero juicio"
que ponéis a usanza vuesa,
basta poner "decentado",
cuando entero no le tenga.
A la tierra mando el cuerpo;
coma mi cuerpo la tierra,
que, según está de flaco,
hay para un bocado apenas.
En la vaina de mi espada 
mando que llevado sea
mi cuerpo , que es ataúd
capaz para su flaqueza.
Que embalsamado me lleven
a reposar a la iglesia,
y que sobre mi sepulcro
escriban esto en la piedra:
"Aquí yace Don Quijote,
el que en provincias diversas
los tuertos vengó, y los bizcos,
a puro vivir a ciegas".
A Sancho mando las islas
que gané con tanta guerra:
con que, si no queda rico,
aislado, a lo menos queda.
Ítem, al buen Rocinante
dejo los prados y selvas
que crió el Señor del cielo
para alimentar las bestias.
[...] De los palos que me han dado,
a mi linda Dulcinea,
para que gaste en invierno,
mando cien cargas de leña.
[...] Mi lanza mando a una escoba,
para que puedan con ella
echar arañas del techo,
cual si de San Jorge fuera.
[...] Dejo por testamentarios
a don Belianís de Grecia,
al Caballero del Febo,
a Esplandián el de las Xergas.


                Francisco de Quevedo, 1616




Carmen Villanueva

Un comentario de un texto de Unamuno

 "De lo que huyo, repito, como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paran alguna vez a oírme: "Y este señor, ¿qué es?" Los liberales o progresistas tontos me tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto, lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya cabeza es una olla de grillos. Pero nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios.

Y como el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a preguntarme: "Bueno; pero ¿qué soluciones traes?" Y yo, para concluir, les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado siempre agitar, y, a lo sumo, sugerir, más que instruir. Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento.

Hay amigos, y buenos amigos, que me aconsejan me deje de esta labor y me recoja a hacer lo que llaman una obra objetiva, algo que sea, dicen, definitivo, algo de construcción, algo duradero. Quieren decir algo dogmático. Me declaro incapaz de ello y reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la de contradecirme, si llega el caso. Yo no sé si algo de lo que he hecho o de lo que haga en lo sucesivo habrá de quedar por años o por siglos después que me muera; pero sé que si se da un golpe en el mar sin orillas las ondas en derredor van sin cesar, aunque debilitándose. Agitar es algo. Si merced a esa agitación viene detrás otro que haga algo duradero, en ello durará mi obra.

Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia.»



Abordo el comentario del texto propuesto desde una perspectiva pragmática en la que los diferentes planos del análisis lingüístico están integrados en función de su relación con la tipología textual. De esta manera incorporo en mi estudio dos enfoques fundamentales en la lingüística: el comunicacional y el estructural, y evito así convertir el comentario en una mera recopilación de características.
En primer lugar, desde el punto de vista de la tipología textual, podemos decir que nos encontramos ante un fragmento narrativo perteneciente a la prosa ensayística. Se trata de una prosa de ideas con una fuerte base argumentativa, donde el autor entabla una especie de diálogo con el lector con el objetivo de dejar claro su pensamiento respecto al tema tratado. En el ensayo se refleja una reflexión desde la perspectiva personal del autor sin olvidar el fin estético que surge entrelazado con el proceso reflexivo.
Fonemáticamente el texto presenta una ortografía coherente con las normas dictadas por la Academia sin desviaciones diatópicas o diastráticas que la aparten del estándar.
Desde el punto de vista fónico predominan las oraciones enunciativas afirmativas con tonema descendente, con las que se privilegia la transmisión de datos y la valoración de ideas. Por otro lado, aparecen oraciones interrogativas directas, por tanto con tonema ascendente, con las cuales el autor transcribe en estilo directo las preguntas que los receptores de su discurso le suelen hacer intentando buscar en sus escritos respuestas a sus dudas existenciales: “Bueno, pero ¿qué soluciones traes?” (l.11) o las preguntas que ellos mismos se hacen cuando escuchan sus digresiones: “Y este señor, ¿qué es?” (l.3), con lo cual el autor intenta reproducir el diálogo que entabla con sus receptores.
Desde el punto de vista del contenido el tema es la inexistencia de verdades absolutas que solucionen los problemas y la necesidad de impulsar a los individuos a buscar sus propias soluciones a las necesidades vitales.
El autor, que se considera inclasificable, pues no tiene un pensamiento único, expone que no le importa la variedad de opiniones que tengan sobre él aquellos que buscan en sus textos soluciones y respuestas inmediatas a los planteamientos existenciales, ya que su función no es resolver sus dudas sino agitar los pensamientos e inducir a pensar para que cada cual se descubra a sí mismo y encuentre su verdad, ya que no existe una verdad objetiva y absoluta.
El texto, que comienza in media res, lo podemos dividir en cuatro partes, correspondiente a cada uno de los párrafos en los que está dividido el fragmento.
La primera corresponde, pues, al primer párrafo y en ella el autor introduce la idea que quiere que se tenga de él: un ser inclasificable, difícil de encasillar en una corriente de opinión y expone las divergentes y distantes opiniones que tendrán sobre él los diferentes receptores.
En la segunda parte se muestra contrario a la pereza crítica del individuo y explica que su función no es exponer soluciones a los problemas existenciales sino estimular a pensar.
La tercera parte corresponde al siguiente párrafo en la que el autor expone el consejo que le hacen sus amigos incitándole a que cambie su posición en pro de una verdad objetiva e irrefutable que perdure en el tiempo, propuesta para la cual se siente incapaz, pues su verdadero objetivo es agitar el espíritu de los demás para que cada uno busque su propia verdad, lo cual puede a su vez engendrar otros pensamientos e incluso acciones, las cuales podrían considerarse fruto de su trabajo.
Las tres últimas líneas corresponden a la última parte en las que se expone, a modo de conclusión, cuál es el verdadero objetivo del filósofo: despertar las conciencias y provocar una revolución interior en el hombre, lo cual le permitirá descubrir la estupidez de la existencia.
Desde el punto de vista morfológico, podemos señalar en primer lugar la predominancia de los deícticos de primera persona del singular tanto verbal como pronominal, con los que el autor expresa su opinión y con lo que se corrobora el carácter reflexivo personal del fragmento: “huyo, repito, me clasifiquen, quiero morirme, me tendrán, volverán a preguntarme, yo, mía, me lean, yo, vendo, me aconsejan, me deje, me recoja, me declaro, reclamo, mi libertad, mi santa libertad, yo no sé ,he hecho me muera, mi obra”.
Aparece la segunda persona del singular con la que el autor transcribe en estilo directo las palabras dirigidas a él con las que sus receptores le piden respuestas: ¿qué soluciones nos traes?
Por otro lado, encontramos la tercera persona del singular con la que el autor expone, por un lado, sus ideas acerca del comportamiento y pensamiento de los hombres: “los liberales tontos me tendrán, el hombre es terco, no suele querer enterarse, acostumbra a volver a las andadas” y por otro, aparece también en la conclusión final a la que llega el filósofo, exponiéndola como una verdad absoluta, verdades de las cuales huye según su exposición anterior: “es obra de misericordia despertar… es obra de piedad religiosa”.
El sustantivo es el elemento predominante en el texto, lo cual confiere una nota de precisión y concisión léxica. Vinculado a la frecuencia de sustantivos es notorio la presencia de nombres abstractos, dado el carácter filosófico del tema: espíritu, libertad, agitación, misericordia, piedad, verdad, dolo, necedad, pensamientos e inepcia”. Por otro lado, hay que señalar el agrupamiento de muchos de los sustantivos en parejas: liberales o progresistas, los conservadores y reaccionarios, amigos y buenos amigos, por años o por siglos, levadura o fermento, lo cual unido a las numerosas construcciones bimembres que aparecen formadas por la agrupación de verbos, algunas de ellas formando paralelismos, contribuye a marcar el ritmo del fragmento: “no suele querer enterarse y acostumbra”, “me declaro incapaz y reclamo mi libertad”, “de lo que he hecho o de lo que haga”, “despertar al dormido y sacudir al parado”, “buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera” .
A pesar de que no son abundantes los adjetivos, sí que son significativos aquellos que aparecen, pues se repite en varias ocasiones el adjetivo “tonto”: “los liberales o progresistas tontos”, “nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos” , con el que el autor califica a aquellos que destacan por su pereza crítica y escéptica intentando que las soluciones las encuentren otros y de los cuales se distancia el escritor: “los liberales o progresistas tontos, los conservadores y reaccionarios tontos, nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos”. Hay que señalar la presencia del adjetivo “terco” aplicado también a la condición humana con el que el autor manifiesta su distanciamiento de esta actitud que muestran muchos hombres: “el hombre es terco” y el adjetivo “holgazanes” con el que se critica la posición acomodada de muchos de los hombres a los que no les interesa pensar.
Respecto a los verbos, es el eje de presente el que articula el fragmento, el cual aparece con sus diferentes valores. Se manifiesta, en primer lugar, el presente con valor puntual, puesto que señala la coincidencia exacta del momento del enunciado con el momento de la enunciación: “repito” (l.1). No obstante, su valor mayoritario es el habitual, ya que indica situaciones habituales o reiteradas que se vienen realizando y que se prevé que se realizarán, sin necesidad que coincidan exactamente con el momento de la enunciación: “huyo, quiero morirme, reclamo, aconsejan, dicen, declaro”. Por último, tiene un valor gnómico cuando presenta sus ideas o conclusiones como universalmente válidas: “el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostubra … a volver a las andadas”, “es obra de misericordia suprema... y es obra de suprema piedad religiosa.”
Desde el punto de vista léxico-semántico podemos señalar la presencia de dos campos conceptuales alrededor de los cuales se articula el fragmento. En primer lugar tenemos el campo formado por todos aquellos vocablos que incitan al movimiento de pensamiento: “agitar, sugerir, piensen, mediten, agitación, despertar, sacudir, buscar”, acciones que el autor propone como necesarias para una verdadera revolución interior e individual con la cual cada pueda encontrar su verdad y descubrirse a sí mismo. Y por otro lado, encontramos el campo formado por los vocablos: “dormido, parado, tontos, holgazanes”, adjetivos todos ellos relacionados con la pereza, la cual hace referencia a la actitud que presentan algunas personas y que el autor rechaza, puesto que defiende una postura crítica y escéptica ante la vida.
Por lo demás, se trata en general de un lenguaje de uso común, en el que se pueden apreciar ciertas desviaciones tanto a un registro más culto como a otro más coloquial. Como ejemplos del primero, tenemos los sustantivos: “dolo, inepcia, derredor”; el adjetivo: “dogmático” y la expresión: “merced a”. Como muestras de registro coloquial señalo las expresiones: “cuya cabeza es una olla de grillos” y “volver a las andadas” con las que se intenta una aproximación al lector, rebajando un poco el tono elevado y filosófico del fragmento.
En cuanto a la sintaxis, como es obvio, nos encontramos ante un texto perfectamente elaborado, en el que predomina el orden y la claridad expositiva de las ideas. No aparecen nexos suprasegmentales que unan los diferentes párrafos, es la unidad temática y las relaciones lógicas las que garantizan la cohesión textual.
Aunque tampoco son excesivos los nexos entre las diferentes oraciones que forman cada uno de los párrafos, podemos señalar el nexo “por supuesto” con el que se introduce una manifestación de certeza por parte del emisor y el conector “pero” , el cual aparece en dos ocasiones, el cual más que marcar oposición con lo dicho anteriormente parece actuar como un nexo ilativo: “pero nadie debe cuidarse” (l.7), “pero sé que si se da un golpe en el mar sin orillas” (l.22).
Por otro lado, los diferentes párrafos encierran periodos oracionales complejos formados tanto por coordinación como por subordinación. Entre las oraciones coordinadas podemos señalar la predominancia de oraciones coordinadas copulativas: “los liberales y progresistas me tendrán por reaccionario y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista”, “y como el hombre es terco y no suele querer enterarse”, “Mi empeño ha sido, es y será”, “me aconsejan que deje esta labor y que me recoja”; oraciones coordinadas disyuntivas: “de lo que he hecho o de lo que haga”. Como ejemplos de oraciones subordinadas tenemos oraciones subordinadas sustantivas: “les diré que si quieren soluciones”, “no sé si algo de lo que he hecho”; oraciones adjetivas o de relativo: “holgazanes de espíritu que se paran alguna vez a oírme”, “hay amigos que me aconsejan”; oraciones subordinadas adjetivas sustantivadas: “lo que esto quiere decir”, “de lo que he hecho” y entre las adverbiales se pueden destacar las condicionales: “si merced a esa agitación”, “si quieren soluciones”, “si yo vendo pan”, si llega el caso”, “si se da un golpe en el mar”.
En el apartado sintáctico son significativos los grupos bimembres que ya hemos señalado en el apartado morfológico, en los cuales reposa el ritmo del fragmento y a lo que hay que añadir la aparición de diferentes enumeraciones: “mi empeño es, ha sido y será”, “lean, piensen y mediten”, “el dolo, la necedad y la inepcia”, las cuales son un claro recurso estilístico utilizado para conseguir una sensación de elaboración y equilibrio a la vez que contribuye a la función poética del fragmento al igual que lo hace la presencia de algunas figuras literarias como las metáforas: “cuya cabeza es una olla de grillos”, “si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento”, “si se da un golpe en el mar sin orillas las ondas en derredor van sin cesar”.
Para concluir, diremos que nos encontramos ante un fragmento perfectamente elaborado, en el que mediante una exposición clara y ordenada de las ideas el autor intenta defender su postura con la que pretende incitar al lector a la revolución individual, alejándolo de verdades absolutas y objetivas. La presencia de un tema en el que se intenta agitar las conciencias de los lectores para buscar soluciones a los problemas que encierra la realidad nos sitúa ante una prosa filosófica que podríamos situar en la literatura existencial de finales del siglo XIX principios del XX en la que destacan autores fundamentales como Azorín, Unamuno, Maeztu, Pio Baroja y Ortega y Gasset, entre otros. 

Carmen Villanueva 

CÓMICS Y TEBEOS

 

Soy lector de cómics desde antes de que se llamaran así, cuando eran mayormente cosa de niños y los conocíamos como tebeos, que era el nombre de una de las revistas más antiguas, “TBO”, en la que salían –recuerdo- personajes como los de la familia Ulises –una especie de Simpsons en pobre y en español- y los inventos del profesor Frank de Copenhague, que presentaba unas máquinas complicadísimas llenas de engranajes, poleas y ejes, impecables desde el punto de vista mecánico y estúpidas a más no poder en sus aplicaciones. Por ejemplo, un pulmón artificial para trompetistas que utilizaba como energía las carreras de un perro hambriento detrás de una ristra de longanizas. Había entonces –me refiero a mi infancia lectora- muchos tebeos semanales: el “Din Dan”, “Pulgarcito”, “Tío Vivo”..., en cuyas páginas habitaban personajes como Mortadelo y Filemón, las hermanas Gilda, Anacleto, agente secreto, Zipi y Zape, Carpanta, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, doña Urraca o los inquilinos de 13 Rue del Percebe. Luego vino la revista “Strong”, con la que llegaron de Francia y Bélgica personajes de la llamada línea clara: Lucki Lucke, Gastón el Gafe, Ultrasón el vikingo, Spirou y Fantasio, los pitufos, y un niño bajito, forzudo y con boina cuyas aventuras me divertían muchísimo: Benito Sansón.
Es probable que a los jóvenes estudiantes de ESO y bachillerato, por lo general más familiarizados con los mangas japoneses y los herederos de los superhéroes márvel, esos personajes les parecerán cutres y casposos. De hecho hay uno de ellos, Carpanta, que os resultará, por suerte para vosotros, incomprensible, pues su máximo deseo es comerse un bocadillo o un pollo asado. Evidentemente el hambre está tan alejada de vuestras vidas, que es difícil que se convierta no ya en un tema de humor para una historieta, sino en el tema. Para entenderlo haría falta una lección de historia o de sociología, pero que nadie se asuste, que no es ese mi propósito. Me han dicho que hable aquí de mi afición a los cómics, pero como soy un poco rollero, me lío y me lío...




Para mí hay tres grandes satisfacciones unidas a los cómics. La primera es el goce de una buena historia, asociada a unos dibujos sugerentes. La segunda es prestarle a un buen amigo un cómic que yo haya disfrutado. Y la tercera, seguir los caminos que un cómic me ha descubierto. A veces esos caminos son literarios, como cuando leí la genial adaptación que hizo Robert Crumb de unos relatos de Kafka; a veces históricos, como los que me sugirió la lectura de “Maus” (sobre el exterminio de los judíos en la II Guerra Mundial); y, con más frecuencia, geográficos, como me ha pasado desde que empecé a leer cuando apenas tenía seis años los álbumes de Tintín. Por todo esto, para mí los cómics no sólo han sido –y siguen siendo- fuente de satisfacción, sino también de aprendizaje y descubrimiento, que es lo mismo.

lunes, 30 de mayo de 2016

"LIBROS DE LECTURA"



Dentro de la jerga didáctica, muy rica en tecnicismos, eufemismos y estupideces -categoría ésta que a menudo implica a las anteriores-, uno de los casos más logrados de estulticia es la expresión "libro de lectura". El término parece sugerir otros usos habituales de ese objeto. Por ejemplo: "libro arrojadizo", "libro de equilibrios", "libro de exhibición" o "libro de intimidación"..., es decir, libro de lo que sea o para lo que sea, menos para leer. Pero no, ya digo que se trata de una expresión jergal; vaya, que se le puede perdonar la redundancia a cambio de un matiz. Esto lo sabe cualquiera: el libro de lectura se opone al libro de texto, que es más serio y sirve para estudiar las lecciones. El complemento preposicional "de lectura" cumple entonces dos usos: uno de tipo especificativo, que nos remite a su significado concreto (ese libro que manda el profesor de lengua cada evaluación y del que suele poner un examen -al que se denomina con toda propiedad "examen de lectura" (a veces también "control de lectura", que asusta menos) o bien del que pide un resumen. Y otro uso mnemotécnico, muy importante: el de recordar a los alumnos que lo que tienen que hacer con ese libro es leerlo y no otra cosa. Por lo general, es el cumplimiento de ese cometido lo que nos suele preocupar a los profesores y a las editoriales. De ahí que haya triunfado una expresión tan tonta. Pero lo peor de esto no es que lastremos la lengua con tanta ganga. Intentaré explicarlo.
El otro día me viene un vecino y me pregunta si tenía por casa alguna adaptación de "La vuelta al mundo en ochenta días", que era el "libro de lectura" de su hijo en la segunda evaluación. He de aclarar que su hijo es un zamarro de 13 años que ya hace tiempo que se afeita. Le dije que me parecía que guardaba por algún cajón un vídeo de los dibujos animados de Willy Fog, pero no era eso lo que buscaba. Al menos, no tanto. Él lo que quería era una adaptación: "ya sabes, para chavales". ¿Pero qué es lo que hay que adaptar en una novela de Julio Verne? Cuando yo era pequeño leíamos las novelas de Verne, las de Salgari, Jack London, Stevenson, incluso las de Karl May, y no nos hacía falta ningún ajuste. Ahora bien, no había nadie que temiera que el esfuerzo empleado en la lectura pudiera causarnos un esguince cerebral. Y, lo que es más importante, nuestros padres no se torturaban con un sentimiento de culpabilidad si nos aburríamos en casa. En cambio, los niños de hoy, apenas insinúan su primer bostezo, ya tienen a los suyos corriendo a apuntarles a clases extraescolares de gaita. ¡Que se aburran los otros! parece ser el lema. Los de las editoriales, que a veces también son padres, se han aplicado con denuedo en la batalla contra la gran lacra y se han lanzado a adaptar todo. La receta es fácil: lo primero es quitar un montón de páginas, cuantas más mejor. Luego cambian las descripciones por ilustraciones, reducen los diálogos, eliminan las digresiones, simplifican la trama y quitan las palabras que puedan requerir una búsqueda en el diccionario. A cambio de todo esto, te adjuntan después del texto un "dossier didáctico". El éxito que han tenido con esta maniobra ha sido de tal envergadura, que ha dado pie a la creación de una subliteratura para alumnos de instituto. Sus características son las mismas de las adaptaciones que digo, pero aquí no se dedican a asesinar obras ajenas, sino que son engendros propios, que muchas veces pretenden colar en los institutos con la añagaza de los temas transversales -es decir, con las buenas intenciones-. Por supuesto que hay excepciones: aquellas novelas que logran escaparse de las reglas del género(poca trama, poca profundidad, poco vocabulario, poco esfuerzo) y que, cuando las sacas de clase, se les cae la etiquetade "libros de lectura" y puedes llamarlas simplemente novelas.

Recuerdo una anécdota muy conocida de Einstein. Una vez le preguntó un periodista que si podía explicar la teoría de la relatividad para que la entendiera todo el mundo. Einstein dijo que no tenía ningún inconveniente..., siempre que antes el periodista fuera capaz de explicar qué era freír un huevo a una persona que no supiera qué es un huevo, qué es el aceite ni qué la sartén. Pues bien, no sé si la moda de los "libros de lectura" ha llegado a los estudios de física, pero sospecho que el número uno de una posible colección podría se "La relatividad para todos". En esto, por desgracia, los de literatura llevamos mucha ventaja.
Ricardo Signes